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  • Foto del escritorRocio Blanco Ruiz

Ojos que ven (o no ven), corazón que siente

Actualizado: 17 abr 2018

La memoria también es el cuerpo presente del público en el acto teatral o frente a la pantalla del televisor

Se abre un simbólico telón. Una marcha de trombón y campanas se cuelga juguetona, entre nostálgica y pletórica, de los oídos de ochenta espectadores de pie, expectantes por los rincones del patio del Teatro La Candelaria. El sonido nos evoca a Europa del este, con quienes compartimos la necesidad de memoria tras las barbaries de la guerra, pero estamos en un patio colonial en el centro de Bogotá, en el marco de la Cumbre Mundial de Arte y Cultura para la paz de Colombia, es la noche del 10 de abril de 2015. Taciturna camina entre los presentes Patricia Ariza, directora y actriz de Soma Mnemosine, envuelta en una bata gris, adornada con un turbante y un reproductor portátil en sus manos, del que de vez en cuando saldrán secretos de múltiples voces, difíciles de confesar, de escuchar y de tragar, testimonios de víctimas del conflicto. Minutos después ella misma se declara sobreviviente de la masacre de la Unión Patriótica, los ojos de los presentes reaccionan entre sorprendidos y admirados. Semanas antes de la cumbre una pregunta está instalada en mi interior: ¿Es posible hacer arte del conflicto sin reiterar la crueldad de la guerra? ¿Qué efecto es más potente para el público, las imágenes escénicas poéticas y encriptadas, el efecto liberador de la risa y el absurdo, o el lamento inevitable al final de una función ante la evidencia y el reconocimiento de la crueldad que se ha calado en tantos huesos? O en palabras de una amiga, ¿Se puede ser feliz sin ser indiferente?

Mi pregunta es degollada por La Parca, una mujer pálida y lúgubre, de ceñido vestido rojo y sombrero negro con velo, que nos invita al recorrido que será esta obra desde este primer escenario, de cuatro que componen esta pieza teatral y multimedial:

“Aquí ante ustedes anochece, y mi cuerpo de actriz se dispone para el instante efímero, como asomarse al abismo... Soy solo un cuerpo, y eso es como decir el universo entero, cada dolor y cada herida se incrusta en mi costado. La fiesta en cambio ocupa todo el espacio de mi cuerpo, lo extiende y lo libera.

Trabajo esta noche como médium de los olvidados.

Ellos son los que bajan por el río, sin nombre y apellido.”

Como público ella será nuestra guía, la seguimos a donde quiera llevarnos, en medio de eventuales videoproyecciones, y de breves intervenciones de otros actores. Esta obra como varias de las construidas en este periodo de guerra, trae al escenario a hablar a los muertos, o a lo que habla por ellos, sus objetos, abrazados por el dolor de una mujer que se quedó atrapada en el duelo, de quien puede ser su hijo, su esposo, su hermano, su padre; al cuerpo sacudido por las balas mientras vuela sobre el espeso manto de nuestras selvas. La imagen de Santiago García irrumpe en vídeo recordándonos que “Nadie nos quita lo bailao”... y se baila, pero el aire no parece festivo, está denso de recuerdos, bañado de muerte. Históricamente el teatro del Grupo La candelaria está comprometido con la denuncia política, con el reconocimiento del otro invisibilizado, la violencia contra la mujer, los desplazados, los desaparecidos.

Temas similares bajo otro abordaje totalmente distinto hace el Grupo Malayerba de Ecuador. Aristides Vargas, director, actor y autor de Instrucciones para abrazar el aire,exiliado de la dictadura Argentina, nos envuelve y hace cómplices de la intimidad de unas paredes llenas de fluídos e historia, en esta obra inspirada en una experiencia de muerte atroz en una falsa cocina de conejos en escabeche, ejecutores de una imprenta clandestina revolucionaria, aderezada con el robo de una nieta en la época de represión ideológica en su país natal. Aristides y la actriz Charo Francés, cada uno con tres personajes en el escenario, declara junto a su compañero, desde la intimidad de su casa:

Para seguir amándonos todos los días tenemos que contarnos la misma historia, pero lo hacemos de una forma particular, lo hacemos en silencio, (...) y cuando más largo es el silencio más lleno está de esas cosas,

que ni él ni yo decimos.

Un escenario simple, par de focos puntuales, una rama de árbol, una mesa de chefs estrafalarios llena de verduras (de utilería y reales como ellos mismos remarcan), una que otra casa miniatura en el aire. Se suma a los ingredientes una dramaturgia clara y de curtida araña tejedora, es todo lo que necesita el grupo Malayerba, para seducir a su público, que o bien llenan de risas la sala, o tejen silencios de reflexión, en un ir y venir, de principio a fin. Como cuando la vecina, una señora montada en nubes de superioridad fisgona, se queja de las actividades terroríficasde la casa de al lado:

¡Hacen conejos en escabeche!

¿Con qué derecho se atreven a romper el feng shui de sus vecinos?!

O cuando la abuela, con su hijo muerto y atascada en el recuerdo de una casa abaleada hace décadas afirma haber buscado ya a la nieta en los cuadernos, en el cajón de botones, en las agujas de tejer y en el tarro de galletas, pero aún no la encuentra. ¿De hace cuánto es ésta búsqueda?- pregunta senil.

O el reclamo del abuelo que no piensa sino en partir pero no sale del umbral:

(...)¿Volverá el resto de lo que somos en forma de energía que se pueda abrazar, sepultar, olvidar... o será solo aire?!!!!!!

O los chistes flojos y el movimiento en cámara lenta a puerta misma del fin de esta pareja de falsos cocineros, mientras vuelan pimentones:

“¡Lo bueno de morir joven es que puedes morir lleno de esperanzas!” fueron un ejemplo del compromiso ético que profesan. En un microdocumental para el CELCIT Aristides afirma que su teatro tiene como fin reparar y producir felicidad.

Estas obras hacen parte de una amplia muestra teatral nacional y latinoamericana de teatro y conflicto donde participaron más de 15 grupos de teatro y performance, sin nombrar los eventos de danza paralelos. Durante 8 días las salas (para sorpresa de los ansiosos asistentes) no dieron abasto al interés despertado. Ni con tres horas de antelación del público dispuesto a ordenarse paciente en filas fue posible un asiento, un gran porcentaje se quedó por fuera de la experiencia. En busca de un “plan b” desfilaban decepcionados ante el “desparche” principalmente jóvenes aficionados al teatro, muchos de ellos estudiantes, artistas en crecimiento, profesores, participantes de la cumbre, o hacedores del oficio teatral. Varios panelistas también hicieron notoria la alta presencia juvenil en los auditorios durante las conferencias, movidos entre la solicitud académica y el espíritu juvenil del “querer cambiarlo todo”, siempre tan necesario, llenándose de ideas, en una escucha activa de líderes sociales, políticos, músicos, artistas plásticos, hacedores teatrales, escritores, sociologos, filósofos y pensadores del conflicto. Una sugerente y casi extravagante lista de conferencias estaban allí por una semana para desentrañar cada quién el alma de las cosas, tanto de las que se ven como las que no se ven, para abrir y cerrar un telón sin que como espectadores hayamos tan solo calentado una silla. Fue una semana de movilización y estimulación del pensamiento creativo.

Ante la dificultad de acceso a las espacios teatrales llevé mi pregunta a las conferencias, a los pensadores, y desde diferentes ejemplos de abordaje del arte y el conflicto, me alimenté de conceptos interesantes e igualmente aplicables a la creación teatral. Una de esas conferencias fue la de Lindsay McClain, estadounidense radicada hace 8 años en Uganda especialistaen el análisis de conflictos y transformación, compartió con nosotros el trabajo de reparación postconflicto a través de la música de “Music for peace” en el norte de Uganda, la experiencia realizada con un grupo de mujeres que años atrás fueron robadas y obligadas a formar parte de grupos guerrilleros y hoy en día están desmovilizadas. La agencia se encargo de asesorarlas en la producción musical y la grabación de un video, en el que consignan en las letras de su música el espíritu de lucha a pesar de lo sucedido, y la voluntad de atraer a sus “hermanos” para renunciar a la lucha armada, su fe en dios y en la fuerza de ellas mismas. La alegría contagiante de la música y el coro de estas mujeres hizo suspirar a más de uno, mientras las caderas pedían movimiento al compás de sus voces y golpes de olla. En una clara y simple explicación nos recordó el rol que las artes pueden tomar en la reconciliación postconflicto: 1. Sanar: crear procesos de resignificación, restaurar relaciones sociales. Compartir esperanza y compañía. 2. Reconocer al otro y expresarse, expulsar el dolor y procesar el duelo. 3. Hacer memoria, darle dignidad a la muerte. Proponer acciones para restaurar la armonía social y cerrar los conflictos.

La carrera séptima está llena de músicos de rock y jazz, y como casi nunca, hoy tienen un público atento que se detiene por largos minutos a escucharlos, a compartirles una moneda agradecidos. Llenan de vida el transitar de un auditorio a otro, y entre cambio y cambio de conferencia parecen inagotables. Me dirijo al teatro Bogotá a escuchar el Panel Contenidos Artísticos, discursos éticos y estéticos en los medios de comunicación. Los españoles Juan Gutierrez y Rubén Caravaca retratan a los asistentes los movimientos juveniles de resistencia civil que se han tomado a España en los últimos años, vestidos por cientos de ciudadanos indignados, acciones como la acampada gigante en Plaza del sol, que aunque prolongada se desmanteló, con la posterior opresión del gobierno en su reciente “Ley mordaza” un veto total a la libertad de expresión y la vía libre al atropello de inmigrantes. Una asistente se pregunta porqué en Colombia no sucede esto, la movilización, entre muchas respuestas de los panelistas destaca la afirmación de Piedad Bonnet: “Tenemos miedo”. Refiriéndose a la violencia constante y cotidiana dice: “Todos los días abrimos el periódico y vemos corrupción, vemos masacre y masacre, vemos injusticia, vemos una cantidad de cosas que nos agobian y nos aburren, y yo creo que esa realidad excesivamente violenta de alguna manera nos ha domesticado, nos ha impedido reaccionar. Estamos embotados, un embotamiento del espíritu. Tenemos miedo. Entonces la resistencia civil, es de verdad una de las salidas.

Luis Ramos García,activista político cultural y organizador de festivales teatrales, (Director de Teatro del Pueblo, US Latino theater organization)profesor en la universidad de Minnesota, dicta la clase United States-Latino Theater, afirma que la problemática traida al estómago del imperio tuvo muchas repercusiones en el trabajo por los derechos humanos:

“Hay un discurso del teatro alternativo unido a la inmensa comunidad hispana y por otro lado al impacto en la educación universitaria”.Nos explicó la principal característica que hace del teatro de estas latitudes particular, y a veces de difícil compresión para los estadounidenses: él enseña a sus estudiantes que hemos tenido tres procesos importantes para la creación: “Uno aquí en el estómago, visceral, porque nosotros odiamos, uno aquí en el corazón porque vamos admitiendo nuestras emociones y otro aquí en el cerebro, en la razón. El sentido del teatro latinoamericano exhibido en Estados Unidos es el sentido de la resistencia, como medio alternativo para comunicar la realidad al otro lado imperante.(...) “Hay una desinformación terrible en ese monstruo de la información, lo cual es una paradoja! No se sabe mucho de nosotros, de nuestros conflictos, de la manera como los resolvemos; una forma frontal como el teatro, que está frente a ustedes derivada la cuarta pared, es precisamente la de traer estas problemáticas a interactuar con el público, una de las reacciones que he encontrado a través de estos años es la incredulidad, ver esos rostros, esas preguntas ingenuas, de si esto ocurre en lugares civilizados. Por ejemplo, el trabajo de Carlos Satizabal y Patricia Ariza con Tramaluna Teatro, en -Antígonas, Tribunal de mujeres-

Ocho mujeres vestidas de luto, descalzas, unas con flores, o con documentos en sus manos, con una gaita, con un cuadro, con un oso de peluche, pintan las altas patas blancas del escenario en escama con sus sombras casi fantasmagóricas. Cuatro van atrás, cuatro adelante, unas arriba, otras abajo, haciendo un circulo privado ceremonioso con el movimiento de sus brazos, con sus manos juntas y firmes. Se acercan decididas hacia el público y en trozos se reparten el siguiente dialogo:

“Buenas tardes señoras y señores, estoy en este tribunal de mujeres, vengo a protestar, vengo a reclamar, vengo a denunciar. Exigimos justicia por nuestros hijos asesinados en el operativo de los mal llamados falsos positivos. Mi nombre es Antígona y hace más de 3000 años estoy buscando como enterrar a mi hermano Polinice.

En los ojos del panelista Luis Ramos parecen revivir las imágenes de las madres de Soacha, su dolor transformado en escena narrando sus historias como parte del Festival de Teatro Político y el Iberoamerican Studies Series en Minneapolis... “En el teatro había norteamericanos que se les caían las lágrimas, y nada de romantiscismo, las cosas dichas y hechas.” Y refiriéndose al ejercicio democrático de denuncia afirma: “Esto es importantísimo, porque NO somos más indígenas que se callan. ¡No somos más pongos!”.

El público emocionado obaciona su voz contundente de resistencia civil en este cierre de conferencia.

Patricia Ariza en su intervención nos hace conscientes de que en el teatro el fundamento del trabajo es el conflicto, y la base de la vida. Y este en Colombia no es solamente armado, ni social, es también una ruptura cultural:

“El desplazamiento forzado es un daño inenarrable. (...) Han producido una transformación cultural que no es reconocida, se les ve solo como víctimas, y nadie ve su aporte o el daño cultural, el vacío tan grande... Cuando una persona se desplaza, se desplaza una historia, se desplaza un relato, se desplaza una canción. Y no siempre al lugar de llegada esa persona puede volver a cantar su canción o hacer su relato. Bogotá por ejemplo creo que tiene una deuda enorme con la población en esta situación.”

Y nos recuerda que hace unos años Bogotá era gris, todos con runas y sombreros, ahora es más democrática, se viste de colores y come chontaduro. Declara que “El debate sobre la cultura, aquí en esta cumbre se ha convertido en una pasión popular.” Hace un llamado al cese del fuego bilateral y cultural, su ponencia atraviesa la crítica a la televisión por escribir la dramaturgia de los victimarios, por el discurso contrainsurgente en los medios de comunicación, para luego hablar sobre su postura: ¿Cómo poder participar? Es la práctica y la pregunta que nos hacemos. ¿Cómo hacer parte de una cultura que contribuya a disminuir la violencia? (...) Algunas y algunos de nosotros hacemos quizás un arte profundamente contaminado de la realidad, y eso es lo que hacemos. Hay un arte que se dedica a complacer lo que la sociedad quiere que le digan de si misma, y hay otro arte que indaga en los subterráneos de la sociedad. Nosotros en la Corporación Colombiana de Teatro trabajamos hace mucho tiempo con el movimiento de víctimas de la Unión Patriótica, y con las madres de Soacha. Y en ese trabajo hemos entendido la posibilidad de transformación del dolor, y que es un trabajo que se hace no como un acto de generosidad sino fundamentalmente como una permuta de saberes. En estas personas hay unos saberes muy complejos, de estas regiones, de haber sido testigos de unas verdades que no son tenidas en cuenta en este proceso. (...) Es una indagación en el conflicto ¿Qué pasa en el alma de estas personas, en sus sentimientos? Y además ¿Cómo eso nos transforma como artistas? No producimos una separación de nosotros los artistas, los intelectuales, los que tienen la respuesta y ellos los objetos del trabajo artístico sino ¿Cómo juntos podemos hacer un trabajo común en este proceso artístico?” La capacidad poética de Patricia Ariza ya nos anunciaba en el vídeo de presentación de la cumbre el sentido de este encuentro en una bella metáfora: Tenemos que construir las avenidas en el imaginario de los colombianos para que pueda pasar la paz”

En el crisol de perspectivas Julio Hernán Correal, representante de la Asociación Colombiana de Actores, ACA, hace una reflexión sobre el poder de la televisión para penetrar en el pensamiento colectivo, para crear imaginarios, o así mismo transformarlos, construir o confundir identidades y hasta crear nuevas palabras en el cotidiano. Vivimos en una sociedad que poco lee, no lee novelas, periódicos, revistas, que poco va a teatro, que no cuenta con mucho tiempo ni dinero, ni interés, para alimentarse culturalmente, entonces los contenidos de la televisión privada y abierta son un tema importante que se debe atender a la luz de la política pública y la responsabilidad social. “Estamos hablando de un asunto serio, importante, que merece ser tenido en cuenta (...) por que la única posibilidad información, y de acercarse a conocimiento, y de acercarse a la realidad histórica de este país desafortunadamente es la televisión... o afortunadamente, dependiendo de cómo lo veamos. Por ejemplo, cuando Rcn tenía La Pola, recuerdo que muchos profesores les ponían a sus estudiantes a ver la telenovela. (..) Lo que necesitamos es que surjan más historias, más series, más películas, que aborden el tema del conflicto pero con responsabilidad, no como un asunto meramente económico. (...) ¿Cómo encaminar las narrativas del conflicto hacia la reconciliación? Un elemento importante, la verdad, en el contexto socio económico e histórico donde se origina el conflicto y otro en la polifonía, las múltiples versiones.

Frente a otras formas narrativas como el teatro y el performance, Correal muestra preocupación por la tristeza transmitida al público en las diferentes expresiones artísticas, por el lugar común del autoflagelo como discurso: “Tantos cantos al dolor, cuando el dolor es lo que hemos estado viviendo, tenemos es que vender la ilusión de que esto tiene que ser mejor. El lunes alguien me dijo: ¿Leíste el discurso de Fernando Vallejo? Si, lo leí. ¡Lo mismo que dice siempre! Pero necesitamos superar eso, y generar la utopía de que la paz es posible y que en la paz vamos a encontrar estados mejores, entonces creo que la creación artística y la narrativa tienen que impregnarse del humor. Aquí hay piezas maestras en la literatura que han visibilizado las víctimas como la novela de Evelio José Rosero Los ejércitos, que es maravillosa, o la gran película de Carlos Gaviria que se llama Retratos en un bar de mentiras, que no entiendo por qué no está en esta cumbre. Recientemente pudimos ver la gran creación de un colega se llama Fabio Rubiano con la obra Labio de Liebreque muestra una nueva posibilidad de visibilizar a las victimas, de ofrecerles una nueva alternativa del perdón y de hacerlo con humor, burlándonos de nuestra propia desgracia. Lamento no haber visto esta obra que conmemora los 30 años del Teatro Petra, pero en una entrevista de Rubiano a El tiempo Televisión en youtube, afirma sobre su creación:

“Labio de liebre es la historia de un hombre que cometió actos atroces en el pasado, en el presente está cumpliendo su pena, y empiezan a aparecer en el sitio donde él vive, personas a las cuales él les hizo daño. Podemos ver cómo va a ser este enfrentamiento, ¿Otra vez se revictimiza a la víctima? ¿Se castiga al culpable? ¿Se quiere venganza? ¿Hay un perdón? Es la cercanía entre el humor y el horror. Suceden cosas horribles que producen risa, no porque nosotros queramos que sean chistosas, sino por que quien encarna el personaje no está haciendo un drama de su propia condición dramática, sino que le da la vuelta, porque es muy colombiano. Una capacidad nuestra.” La obra causó controversia, pero también la risa fiel del público de Rubiano. Pienso en el poder de la risa y el absurdo para poner en evidencia las múltiples caras, la destreza de una dramaturgia que se cuele hasta la cosquilla cerebral, que estruja los extremos de la condición humana, en su luz y su sombra.

Ramiro Osorio como moderador, marca la pauta y el tiempo apremia, la charla amena de Julio Correal que ha incitado en su desparpajo y espontaneidad más de una vez a carcajear a los presentes, cierra con esta lectura:

“El humor por corrosivo puede permear las más férreas murallas y por su poder sanador puede aliviar las más fuertes disputas, ante la situación de un pueblo escéptico, pero más que escéptico, ignorante sobre la necesidad y las bondades de la paz, necesitamos con humor, con alegría, acudir a las observaciones más simples, como la de nuestro Cervantes, Antonio Cervantes, hablo de Kid Pambelé, quien sabiamente cuando tuvo fortuna dijo: es mejor ser rico que pobre, o como la historia de un hombre que años atrás salió del analfabetismo después de los 60 años y empezó a llenar las paredes de grafitis que decían lea y estudie. Así que debemos decirle a la gente lea y estudie, y enterese que la paz es mejor que la guerra, que la inseguridad y la violencia no son lo mismo. Aunque somos conscientes de que hay mucho dolor acumulado, mucha rabia y necesidad de reparación, creemos que es necesario, pensando en el escenario que se nos avecina, invitar al humor a este convite, pues si tras años de tragedia podemos soñar con un estado dedicado a desarrollar la nación, y no una guerra interna, los cantos, las arengas, las prosas, los poemas, los cuadros, las escenas, las instalaciones, los performances, deben estar llenos de alegría porque estaríamos alcanzando el sueño de vivir de nuestro trabajo, poder educar a nuestros hijos, morir de viejos, y poder ahora si cantar a todo pulmón cesó la horrible noche.”

En un emotivo cierre Ramiro Osorio destaca puntos de vistas sobre el oficio del artista en la sociedad: “Vemos como los artistas tiene un rol tan fundamental en la vida, en esto que comenta Santiago Gamboa, que el fin último de la vida es la felicidad y cómo los artistas pueden contribuir, todos los que estamos dedicados a este trabajo de la creación y la gestión cultural, cómo podemos contribuir de manera tan fundamental a la felicidad de los ciudadanos. Me parece muy interesante lo que han comentado tanto Ernesto Benjumea como Julio Correal sobre la responsabilidad de los medios de comunicación en la construcción de narrativas serias, que reflejen de verdad la dimensión del conflicto y revelen también las posibilidades, las fortalezas que están en nuestra diversidad como colombianos para resolver esos conflictos.”

Jesus Martín Barbero, importante teórico de la comunicación, centrándose en el problema de la educación desligada de los sentidos que hacen parte de nuestra condición de humanidad nos habla sobre el desfase entre el tipo de actitud que pide el sistema colombiano a un ciudadano que ha vivido en un país con 50 años de guerra, quizás la guerra más larga del mundo y lo atrasada que se ha quedado la educación en correspondencia con el tipo de ciudadano que se necesita para construir una nueva sociedad. “La escuela es el lugar donde se acaba el juego, el fin del mundo de los sentidos y de los sentires” (Y hay fue cuando se jodió occidente según un pensador alemán) El maestro enseña un saber racional, y eso nada tiene que ver con los sentidos. La formación de la sensibilidad es la matriz de la creatividad humana, y esa posibilidad que podría dar la expresividad de la escritura y la lectura, se vuelve solo el formato tarea, que mata la expresividad. “La dimensión del sentir, es la del goce y del dolor, que pasan por el cuerpo, no solo por la cabeza, y eso lo sabemos los latinoamericanos mejor que nadie. Nos recuerda que la formación estética, de la expresión, la creatividad, y la subjetividad es la clave de la formación del sujeto moderno, por lo que la escuela necesita urgentemente replantear su utilidad.

“Éste país no está preparado para asumir los trastornos que provoca la guerra, no tiene el personal entrenado psicologicamente para atender la mente y sus daños, en la vida cotidiana de la gente. Solo una ciudadanía abierta en riesgo, abierta en improvisación, abierta a negociación, va a poder entender qué tipo de memoria va a necesitar para hacer posible un país nuevo, un pais reconciliado con los de un lado y los del otro, con todos los diversos lados de este país. “ Comparto la necesidad de una escuela distinta, que nos humanice, y no nos llene de conocimientos inútiles, no aplicables al trato con el otro, al comer, al oler, al caminar, a todo lo que esperas de la vida.

Con tantas ideas en la cabeza me voy inflada de inspiración, tejiendo pensamiento para promover en mi hacer cotidiano mejores historias que contar, en experimentos teatrales, proyectos televisivos, multimediales, sensoriales, con un semillero húmedo de ideas que compartir soñar, crear, y hacer realidad. Hace pocos días un escritor, pensador y soñador ha emprendido el viaje a otra dimensión, es Uruguayo pero como si fuera un ciudadano cósmico, de esos que creían en el “Derecho a soñar” se llamaba Eduardo Galeano, las palabras de ese escrito del pasado milenio aún resultan tremendamente pertinentes para tantos paises donde soñamos poco de este otro lado del milenio, donde los valores parecen estar al revés.

En el azar de información que circula en la virtualidad sin autor me encuentro este dato, que en la esencia de mi experiencia sensorial compruebo con frecuencia, sin hacer parte de una sociedad así:

En muchas sociedades chamánicas si estás quejándote por sentirte desanimado, deprimido, o desalentado, el chamán te va a preguntar:

1. ¿Cuándo dejaste de bailar?

2. ¿Cuándo paraste de cantar?

3. ¿Cuándo dejaste de ser seducido por las historias?

4. ¿Cuándo dejaste de encontrar consuelo en el dulce territorio del silencio?

Cuando paramos de bailar, de cantar, de contar historias o de disfrutar el silencio experimentamos la pérdida de alma. Bailar, cantar, contar cuentos , y el silencio son los cuatro ungüentos curativos universales "

Y como afirma el maestro Santiago García

“Nadie nos quita lo bailado”

y el momento apropiado es la magia de este mismo instante...ahora.

Se cierra el telón, lleno de amor hasta los huesos...

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